Día gris oscuro. Lamentablemente hoy terminé de leer el último libro que compré antes del encierro obligatorio. Un poco a regañadientes decidí avanzar y finalizar los dos capítulos que me separaban de la contratapa. Los que amamos la literatura sabemos que cada final de una historia nos deja una profunda ausencia, una sensación extraña que no podemos definir. Desde que lo iniciamos ya sabemos que en algún momento vamos a extrañar su compañía. Generalmente esto sucede a partir de que atravesamos un poco más de la mitad.
Una vez que lo analizo en mi mente varias veces, segundos después de depositarlo por última vez en la biblioteca, tengo esa rara incertidumbre del: ¿y ahora qué?
Con las relaciones humanas me pasa mucho esto. Cuando se inician, sé que probablemente llegue el momento del cierre pero igual, de la misma manera que con los textos, aunque me quede esa extraña sensación, repito esta acción una y mil veces.
¿Qué sería de nuestra vida sin la posibilidad de soñar? Puede pasar un tiempo, pero en algún momento, y a veces sin estar convencidos, decidimos darnos una nueva oportunidad.
No vamos a reemplazar lo que teníamos sino que probablemente busquemos algo muy diferente. La sola idea de reemplazar me parece terrible, me hace mal. El problema es que aquello nuevo que llegue deberá ser muy distinto de lo anterior, pero conservar nuestra esencia. Un libro que supere al que acabo de finalizar es difícil de encontrar. Es casi como pretender una relación mejor que la última que tuve.Difícil también, pero no imposible.


































