Lo que la industria cultural hizo con la música que escuchás
¿De qué hablamos cuando hablamos de música?
Desde los albores de la Humanidad, la música es fundamental para nosotros, porque es un canal que permite la conexión profunda con el arte, dado que tiene el potencial de ayudarnos a vincularnos con nuestro mundo interior y, de este modo, nos permite cambiar la percepción que tenemos de nuestro entorno. Por tanto, la música nos guía para alcanzar los cambios necesarios en nuestra vida.
La música, originalmente, no tenía nada que ver con la búsqueda de la evasión, la superficialidad o al entretenimiento vacío de contenido. La música era, en esencia, un camino más de la vida espiritual. Esta condición musical, en realidad, nunca varió. La música nos ayuda todavía hoy a entrar en diferentes estados de percepción, de concentración y de vibración mental.
Desde la más remota antigüedad la música es parte inseparable e insustituible de la liturgia de ritos religiosos, de ejercicios de meditación, y de momentos trascendentales en la vida del hombre.
Para comprender su naturaleza original, nada mejor que repasar el significado etimológico de la palabra. Y para ello, tenemos que hacer una rápida visita a la Grecia Antigua.
Música es un término que viene de moysiké techné (arte de las musas), que designaba a la educación espiritual, la que abarcaba a la educación estética, moral y religiosa. Posteriormente, y mucho más tarde, es cuando música significó lo que hoy representa esa palabra. Originalmente, entonces, Música es la madre de todas las artes. Y Museo es el templo donde se veneran y viven las musas. Rescatando ese sentido, voy a comenzar por presentar a todas y a cada una de ellas.
Euterpe: musa protectora de la Música.
Clío: protectora de la Historia.
Talía: protectora de la Comedia.
Melpómene: protectora de la Tragedia.
Terpsícore: protectora de la Danza.
Erato: protectora de la Elegía.
Polimnia: protectora de la Poesía lírica.
Urania: protectora de la Astronomía.
Calíope: protectora de la Elocuencia.
Euterpe, entonces, es quien rige a todas las musas y Música es, de manera extensa, toda actividad artística. Hoy vamos a hablar de la que nos acompaña en cada momento de nuestra cotidianeidad, la que escuchamos por radio, a través de plataformas digitales, en nostalgiosos discos de vinilo, casetes, en CD,s o en Mp3.
Música para las masas
Cuando la Humanidad, luego de las dos grandes revoluciones industriales, se encontró en un nuevo escenario mundial conocido como Sociedad de Masas, la necesidad económica hizo que el objeto de arte fuera excesivamente caro en un planeta sacudido por grandes cambios. El arte se volvió un fenómeno reservado a las élites. No había dinero para solventar el tiempo necesario para que un artesano produjera un objeto único. Los objetos debían abaratarse en costo material y temporal. Había que producir en serie para una masa creciente, empobrecida y con baja formación intelectual.
Al mismo tiempo, las fábricas no podían detener su cadena productiva. Lo imperioso era fabricar, y vender, sin parar. Si se frena, pierde el empresario y pierde el empleado. Se rompe el círculo de tráfico de dinero, comienza la cesación de pagos, se cierran puestos de trabajo y… ya sabemos cómo termina ese relato. Este 2020 que la humanidad está padeciendo es el ejemplo perfecto para entender lo que sucede cuando la industria tiene, de manera forzada, que detenerse.
En el contexto denominado Sociedad de Masas nació otro concepto, el de Industria Cultural.
Que el arte fuera caro no significaba que las masas no lo necesitaran, aunque no pudieran pagarlo. Por ello, la Industria comprendió que la venta en serie de bienes culturales podía ser un excelente negocio, de demanda constante. A bajo costo de fabricación y bajo costo de venta, la producción industrial de “arte prefabricado” aseguraba una perenne fuente laboral y un flujo continuo de dinero.
El hombre empezó a fabricar “arte” rápido y barato. No se escribía ya por inspiración. Se escribe porque la editorial necesita historias que publicar. Lo mismo sucede con el cine, con el diseño, y con la música… No se compone por amor, precisamente, al arte. Se compone porque hay que grabar y vender discos. Vender entradas a recitales, y fotos de cantantes populares. ¡Señoras y señores, ha nacido “la canción de consumo”!
Dime cómo, y a través de qué soporte, escuchas música, y te diré qué escuchás
¿Cuáles son las técnicas y métodos que se utilizan para que nuestros cerebros terminen por gustar de música de baja calidad? Para responder a esta pregunta, en los años ‘60, nada mejor que leer lo que Umberto Eco escribió sobre “La canción de Consumo”
“A menudo, y cada vez con mayor frecuencia, me viene a la mente el estribillo de una canción cualquiera, cosa que le ocurre a todo el mundo. Pero, desde hace unos años, el estribillo surge en mi mente acompañado de un rumor, de un griterío de multitud, de un prorrumpir de aplausos, con una dinámica del todo particular. No es el estribillo como es o como debiera ser; quiero decir tal como se escucha en un disco o tal como se puede leer en la partitura: es un estribillo que se desboca violentamente, prorrumpe como si surgiera de un movimiento telúrico, mejor dicho, hace erupción como un volcán. Al principio no hay nada, o el largo sueño de perezas tectónicas sin deseos: y, de pronto, un bramido subterráneo, un arranque de movimiento en espiral, un moscardón que primero vuela lejos y después se acerca con ruido de misil, y ahí está el estribillo. Es más que un estribillo, es un coito, una gran satisfacción. Bzz, bzz, vrrr, vrrr, y, de pronto, la gran efusión sonora: Lady Barbara sei tu … (Y digo Lady Barbara, porque es lo primero que se me ocurre, pero el ejemplo vale para casi todas las canciones italianas de festival, discos del verano, etc.)”

Eco, en su Apocalípticos e Integrados, describe un fenómeno que todos los que crecimos y vivimos antes de que nazca la Generación Milleniall experimentamos una y mil veces. Escuchamos canciones lentas, aburridas, pero el estribillo lo cantamos con toda la alegría, y gritábamos: “¡Temazo!” ¿O me van a decir que no les pasó?
Pero… ¿por qué la Industria Cultural produce temas de los que sólo nos agradan los estribillos? Hay una razón, y la respuesta la podemos encontrar en los textos del pensador canadiense, Herbert Marshall McLuhan: El medio es el mensaje, dijo allá por los años sesenta, a modo de críptico oráculo oriental. Su conocida “Tesis Eslogan” ponía de manifiesto una irrefutable verdad. Cuando nos vamos a comunicar, no importa tanto qué es lo que vamos a expresar como la trascendencia que tiene la elección del canal a través del que daremos a conocer lo que queramos manifestar. Porque el canal que elijamos va a condicionar lo que decimos; la naturaleza técnica del soporte influirá en la construcción del discurso, alterando, inevitablemente, el significado y la calidad del mensaje que emitimos. Lo va a delimitar, diseñar, otorgándole una naturaleza que es propia del canal, no de nuestra idea o pensamiento original.
Una canción creada para competir en festivales de TV va a tener, por fuerza, que adecuarse a la estética y dinámica televisiva, y así sucede que… “la llegada del momento culminante, tanto en el gag cómico como en la canción, va subrayado por un aplauso. Pero el aplauso no estalla después del momento crucial (como se estilaba hace un tiempo), sino antes. Lo precede, lo anuncia, lo acompaña. El aplauso es un hecho musical, ya no constituye el juicio o la constatación del espectáculo, sino uno de los medios de que se vale éste para producir un efecto revulsivo y obtener así un juicio entusiasta”.
El público, como bien señala Umberto Eco, está guiado para estallar de júbilo en el momento ideal. La gente lo anticipa y, cuando sucede el estribillo, la canción brilla en pantalla coreada por la tribuna que asiste al festival.
Si bien ese aplauso muchas veces se lograba (todavía se lograba en TV, antes de la pandemia) gracias a un animador oculto que arengaba a la gente, para que aplaudiera, lo ideal que es que el público crea que aplaude a causa de una decisión libre. Y eso se logra como lo explica, muy bien, Eco.
“En lo sucesivo, el comportamiento del público no será diferente al de los perros de Pavlov: campanilla, saliva. De manera que las canciones de festival se inician con una parte preliminar (llamada «estrofa») lenta, de escasísima musicalidad, sin rima, con una melodía imprecisa que se muerde la cola, o que se ofrece como decididamente mala o desagradable. Así, cuando llega el momento del «estribillo», no hay más que aumentar la intensidad, o el ritmo, o bien dar la señal de una melodía identificable, para que el público estalle en una apasionada ovación que acompaña la apertura del cáliz sonoro, en un ensancharse del fluido orquestal y de los corazones arrebatados por la audición”.
En resumidas cuentas, la canción “festivalera”, marcada por la naturaleza técnica y estética de la TV, tiene una estructura muy rígida y predecible, que se puede describir así: introducción lenta, estrofa monótona y aburrida, un indicio mínimo que anticipa el cambio de ritmo, estribillo, estallido del público, estrofa aburrida, puente, estrofa aburrida, indicio que anticipa el estribillo, estribillo, estallido del público, cierre con gloria. (Muchas veces el cierre es la reiteración del estribillo un par de veces más, hasta que la música acaba, entre aplausos).
“El destino de una canción bonita es el de ser toda ella feísima, con excepción de un pequeño, ínfimo, maravilloso momento central, que deberá extinguirse en seguida, de manera que, cuando retorne, sea saludado con la ovación más intensa que jamás se haya escuchado. Y sólo cuando la canción sea totalmente desagradable, el público se sentirá, al fin, feliz”.
La observación de Eco es precisa, certera y dolorosamente divertida. Comprender que consumimos música como seres heterodirigidos, que reaccionamos al estímulo industrial como un perrito de experimento es un cachetazo al ego humano que debería ayudar a remplantearnos qué es lo que verdaderamente estamos escuchando.
El consumo musical en la era Spotify
El Imperio de la TV fue conquistado por las huestes de Internet. La industria disquera internacional debió reacomodarse en el nuevo mapa de consumo mundial. La venta de CD’s cayó de manera espectacular. Plataformas que permitían bajar archivos musicales de manera gratuita pusieron en crisis los derechos de autor, composición y las ganancias por reproducción. Steve Jobs ideó una salida alternativa con su iTunes, y si bien algo teníamos que pagar, escuchar música legal digital era más económico que comprar todo un CD completo. Además, la música ocupaba cada vez menos lugar. “¿Cuántas canciones tenés en tu bolsillo?” se convirtió en una pregunta lógica que, antes de la llegada del iPod, podía parecer una línea del guión de una película de ciencia ficción.
Bajar ringtons para personalizar los sonidos de tu teléfono celular se convirtió en otra fuente de ingresos de dinero para la Industria Musical. La música se volvió cada vez más barata, y se consumía de manera cada vez más fragmentaria, y a la carta. No tenías que soportar canciones que no te gustaran sólo para lograr tener en tu poder el tema musical que más te gustara de un CD. Te bajabas sólo ese, y sólo por ese pagabas.
El concepto de unidad estética que tenía un disco completo comenzaba a morir. Sólo los melómanos (como yo) todavía valoran atesorar un CD físico en su hogar, o compran un disco completo en formato digital.


































