Dejar el pasado atrás es difícil. Ver cómo se apagan las ilusiones por aquella pareja, por ese trabajo que parecía perfecto, por esa casa repleta de recuerdos. Lo positivo es que de todo se sale y muchas veces más rápido de lo que uno se imagina.
Como estos son escritos dirigidos al amor y todo aquello que lo rodea, vamos a centrarnos en ese punto. Por eso, hoy quiero expresar mi opinión sobre el poder de las palabras. Cada palabra tiene un peso, un valor. A veces te hacen sentir bien y otras te angustian. Lo que sí aúna a todas es que, una vez dichas ya no hay vuelta atrás. Por eso son tan importantes.
Algunas veces, las palabras más hirientes, me salvaron la vida. Me hicieron dar cuenta de que ya no había más oportunidades. Que ya todo estaba terminado. Es muy loco que algo que, en teoría es tan horrible, sea el puntapié inicial para mejorar. Perder la esperanza suena increíblemente mal, pero en el fondo hace que lo abandones todo y que sepas que nunca más vas a recorrer ese camino. Sufrís un día, tal vez dos pero, al haber muerto la esperanza, ya se comienza a resurgir y a mirar las cosas desde otra perspectiva. Ya no debés mejorar o intentar reparar algo. Simplemente, porque ya no hay nada para arreglar.
Parece muy filosófico pero, cuando se alberga al menos una pequeña dosis de esperanza, no se termina de morir nunca. Sin embargo, en el momento en que sucede, hasta la persona que creías más importante de tu vida, muere con ella.

Me sucedió en diferentes ámbitos de la vida, amigos, relaciones. Y, lejos de responder con agresión opté siempre por aceptar y dar la razón al otro. Incluso cuando sabía que no la tenían. Pero como ya el vínculo estaba muerto, me parecía justo que la otra persona se quedara con mi culpa así ya no tenía nada más que replantearse. ¿Cómo se continúa agrediendo a alguien cuando se le dice que tiene la razón en todo e incluso hasta se le pide disculpas? ¿Con qué sentido?
Eso no exime a nadie de hacerse cargo de la parte que le toca pero, los duelos en las relaciones suelen durar menos si uno admite el error. La otra parte seguramente se quedará feliz de que hizo todo bien y saldrá adelante más rápido; mientras que al otro, que ya decidió y aceptó que todo se había terminado no le debería afectar lo que piense. Incluso, se saca una mochila de encima para que las cosas terminen de la mejor manera posible.
Una vez discutí tan fuerte con una amiga que por días, incluso meses me sentí atrapada en tantas palabras de odio que me había dicho. Hasta que, pasado mucho tiempo, nos cruzamos y, con una memoria que me pareció prodigiosa, volvió a repetir todo de nuevo. Ahí decidí disculparme y darle la razón por mi comportamiento. Yo sabía que una vez que nos despidieramos, mi vida seguiría igual: sin ella. Pero noté que mi razón era tan importante para su vida que la descolocó. Incluso hasta sonrió. Seguramente se habrá convencido de que todas sus palabras hacia mí fueron merecidas.
Las palabras tienen ese poder: el de destruir o el de construir. Uno decide de qué manera debe usarlas pero siempre hay que recordar que luego de decirlas, ya no hay vuelta atrás.

































