Cuando alguien se va de este mundo, puede dejarte o no, algo llamado Herencia. En mi familia, por suerte, las herencias no son materiales precisamente.
Hoy, les voy a hablar de alguien muy especial en mi vida a parte de mis hijos y nieto, por supuesto.Voy a hablar de alguien que «heredé» de mi mamá Daría, de su hermana Mariana. Mi tía -madrina Mariana es un ser especial. Todos la conocen, y cuando la conocen, la aman.
Es distinta a mi madre, aunque ella se empeña en decir que son iguales y les aconsejo que no la contradigan porque es una causa perdida.
Ya les conté que mi abuelo materno, Jerónimo, español, murió cuando mi mamá tenía 2 años. en 1925. La abuela Modesta, prácticamente recién llegada de España, quedó totalmente sola en Villa Luro, con una hijita pequeña en su casa de Moliere que en aquellos tiempos era totalmente descampado. Por supuesto, tuvo que dejar de llorar al esposo muerto y salir a trabajar lavando y planchando en la casa de una familia adinerada de Flores, que era «super lejos» de Villa Luro, aunque les cueste creerlo. Salía con la nena de madrugada, calles de tierra, cruzaban el Arroyo Maldonado, y en Avda.Rivadavia tomaban el transporte para llegar a Flores. Lavaba a mano, después planchaba con cinco planchas de carbón, regresaban a la tardecita al hogar, para recomenzar al día siguiente. Como verán, no se sentó a esperar que Papá Estado las mantenga, de allí también aprendí el amor al trabajo (pero esto se los cuento otro día).
Esta rutina duró varios años hasta que un día la abuela (que era una chica de treinta y algo) conoció a un señor italiano llamado Antonio y se casó formando una nueva familia.De este matrimonio llegó a Moliere mi tía Mariana, cuando mi mamá tenía 11 años. Esa nena, esa hermanita, pasó a ser la «muñeca» de mi madre. Mami aprendió a coser y la vestía. Le hizo los primeros guardapolvos y todo lo que deseaba. Cuando mi mamá se casó, mi tía, que tenía 8 años, lloró tanto que mis padres tuvieron que irse antes de la pequeña fiestita familiar, por miedo a que se enfermara. Con 19 y 22 años, mis padres se convirtieron en «papás jóvenes» de mi tía. La llevaban con ellos a todos lados como si fuera su propia hija.
Tía Mariana es divertida por naturaleza. Generosa como pocos. Es alguien que cuando le preguntas: ¿Cómo estás? Siempre, siempre te va a decir «Bien» «Regio», Cero mala onda.
Debido a la diferencia de edad con mi mamá, fue una tía joven. Al nacer mi hermano tenía 10 años. Al nacer yo, 17. Más que una tía era una hermana mayor. Ella fue mi «cuenta cuentos» desde que nací y especialmente desde que me enfermé. Cuando yo era chiquita me llevaba a su casa de Versalles donde aún vive y yo la seguía por la casa. Si iba al baño, yo me pasaba en la puerta y ella se reía. Una vez siguió caminando y llegó al lavadero y dándose vuelta de golpe, ató su ropa a la mía con broches. Fue muy divertido. Era capaz de cortar las manzanas en fetas transparentes y acomodarlas como abanico para que yo las comiera. En otra ocasión armó una fiesta para mis muñecas. En el fondo de su casa puso una mesa, hizo una torta chiquita en un molde de mi batería de cocina de juguete y apareció al rato disfrazada de cura con un jarro con agua y bautizó a los muñecos.
Cuando sus hijos eran chicos, tuvieron durante un tiempo, problemas económicos ya que su esposo perdió el empleo. Pero la tía no se deprimió. Como siempre y con buena onda hizo magia. Consiguió trabajo y el dinero alcanzó igual. Una vez armó un festejo porque habían podido comprar un felpudo y un plumero. Aún hoy recuerdo la situación y me río. Podría llenar cuadernos con anécdotas de la tía Mariana. Ella no cambió nunca. Es buena madre, buena abuela, buena amiga. Cumple con todos. Es «regalera». Tiene un defecto, es compradora compulsiva. Pero es tan feliz cuando compra cosas y las reparte que da gusto verla. Todos la quieren. Todos la llaman TIA. Pero, hasta aquí llego. No se enoje, pero no la comparto. Fue y es mi única tía de sangre y mi madrina y soy su única sobrina. Hoy con 85 años sigue tan joven como siempre, por eso permítanme ser egoísta : NO LA COMPARTO CON NADIE. Ella es la HERENCIA más importante que me dejó mi madre: ¡SU AMADA HERMANA!
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