(O la historia del puente sobre el río Choltueca)
Hace ya un tiempo que venía con ganas de compartir algunas inquietudes sobre la necesidad de repensar las organizaciones, imaginando tanto sus servicios como el modelo apropiado de financiamiento para los tiempos de la post pandemia, y de repente cayó en mis manos (qué antigüedad; en realidad, debería haber dicho “recibí un WhatsApp de un amigo”) un artículo de BusinessWorld que atrapó mi atención.
Este artículo escrito por Prakash Iyer, un consultor indio que escribe sobre liderazgo, refería al puente de 484 metros inaugurado en 1998 sobre el río Choluteca, en Honduras. El puente fue diseñado y construido por una firma japonesa utilizando tecnología de punta, con la intención que pueda soportar las condiciones climáticas más severas, debido a que esta región de América Central suele ser azotada por fuertes tormentas y huracanes.
En octubre de ese año, el Huracán Mitch descargó toda su furia sobre Honduras. Muchos recordarán ese episodio. Mitch tuvo ráfagas que alcanzaron los 290 Km/hora y, en algunas zonas, descargó hasta 1.900 mm de agua. 11.000 personas murieron a causa de las inundaciones y los deslaves. Todos los puentes en Honduras fueron destruidos. Todos menos uno. A pesar de que el río Choluteca desbordó y anegó todas las áreas aledañas, el puente resistió el embate y permaneció intacto.
Sin embargo, había un pequeño problema. Como consecuencia de las inundaciones, el río Choluteca cambió su curso y, en lugar de pasar por debajo del puente, empezó a hacerlo a un costado del mismo. Esto sucedió hace ya 22 años, pero es mucho lo que podemos aprender de esta dolorosa historia.
El mundo ha cambiado de manera dramática en los últimos meses. Seguramente, mucho más de lo que hubiéramos siquiera imaginado. Lo que teníamos por cierto hasta hace poco tiempo, ya no lo es tanto.
Hemos construido instituciones que creíamos sólidas, con servicios que respondían adecuadamente a las necesidades de nuestros socios, beneficiarios, alumnos, pacientes (cada uno puede agregar el término que corresponda). La pregunta que hoy me animo a hacer es si realmente estas instituciones seguirán respondiendo a las demandas que se vienen.
Hoy en día, veo mucha preocupación de parte de directivos y profesionales, para que las instituciones puedan resistir los embates de la pandemia. Sin duda alguna, esta es una buena señal ya que no tendremos mañana si no atravesamos el duro trance que nos toca enfrentar. Al igual que Robinson Crusoe, estamos viendo cómo hacer para sobrevivir a este duro trance. Y si alguien nos viene a rescatar, mejor aún (aunque sugiero que aprendamos a nadar en aguas turbulentas). “Quien espera desespera” me enseñaba un gran maestro, y seguramente será cuestión de poner todo nuestro empeño en implementar programas que permitan financiar esta etapa de vacas flacas.
Sin embargo, la pregunta que quiero hacerme (y también compartir) es: ¿en qué medida estamos pensando nuestras instituciones para los tiempos venideros?, ¿Creemos acaso que la institución (escuela, club, centro comunitario, … complete con lo que corresponda) que teníamos en febrero de este año será la que busquen las familias (socios, beneficiarios, alumnos … o lo que corresponda) para el tiempo de la post pandemia?, ¿tendrán estas familias los mismos intereses que en el pasado?, ¿qué servicios necesitarán en “la nueva realidad”?, ¿cuántos querrán seguir accediendo a algunas propuestas de forma remota?, ¿cómo será la capacidad de pago para afrontar los nuevos servicios?, ¿deberemos pensar en otras vías posibles de financiamiento?


































