Cuando vemos la enorme cantidad de papers publicados con las características y beneficios que reporta el liderazgo femenino no podemos menos que sorprendernos por el fuerte protagonismo que se establece en lo emocional, como si lo racional fuera patrimonio exclusivo de los varones y lo emocional, de las mujeres.
Entonces, pensar el liderazgo femenino como una posibilidad disruptiva y superadora del liderazgo masculino, atrasa -por lo menos- una generación. Es invisibilizar el trabajo que realiza la generación de nuestras hijas e hijos, que habiendo entendido que el liderazgo debe ser con perspectiva de género, luchan por no continuar sosteniendo un modelo de poder patriarcal y de pensamiento único.
Otra variable que suele llamar la atención es el exacerbado pedido de meritocracia para quienes no entienden que el mundo está cambiando. Resulta difícil comprender esas argumentaciones acerca de la necesidad de que determinados roles sean ocupados por mérito y no por género, como si en la construcción de más de dos mil años de esta cultura occidental, el mérito hubiera sido el rector de nuestros destinos. A juzgar por los resultados, diría que el mérito ha tenido la vara bastante baja en los últimos 21 siglos.
Hoy, descansar en que el futuro será mejor porque lo cambiarán las generaciones que nos siguen -además de hipócrita- resulta de una gran comodidad. Nuestro desafío es comprender que la perspectiva de género es un modo de vivir y de construir sociedades sanas y con reales oportunidades para todos y todas. El único liderazgo que admite nuestro presente es el que se enmarque en ella, en pensarnos como personas con los mismos deberes y derechos. Y en generar las condiciones para que todos y todas tengamos acceso a un mundo que nos incluya, nos contenga, nos potencie y nos permita crecer. La diversidad y la inclusión deberían dejar de ser tópicos especiales de debate para convertirse en parte de nuestra cotidianeidad.
Quizás ha llegado la hora de hacer una relectura de los pensadores griegos a través de uno de los mitos más actuales que nos ofrece. Palas Atenea, hija de Zeus y de Metis. Cuando Zeus se entera de que Metis está embarazada, ante la maldición de que un hijo varón sería quien lo destronara, decide devorársela. Es así que el período de gestación de Palas Atenea se produce en la cabeza de Zeus. Llegado el momento del parto, el dios no soportaba más los terribles dolores de cabeza que sentía y le pide a Hefesto, el dios herrero, que le abra el cráneo para drenar lo que lo mortificaba tanto. Así nace Palas Atenea, adulta, vestida con una armadura brillante y convertida en la diosa de la sabiduría, de la paz, de la guerra defensiva y también del hilado.
Durante siglos, la lectura del mito nos decía que la inteligencia sólo era posible si salía de una cabeza masculina. Sin embargo, a la luz de nuestros tiempos, resulta claro que Palas Atenea no es la diosa de la sabiduría por haber crecido en la cabeza de su padre, sino que habiendo crecido en ella (una estructura machista y patriarcal) nació adulta, cuando tuvo las herramientas necesarias para empoderarse y dar batalla. A la vez, Palas Atenea fue la diosa del hilado, que representaba la invisibilidad del trabajo femenino. Hoy podemos -finalmente- resignificar un mito que explica nuestro propio momento vital. Ya estamos listas, nuestras hijas e hijos nos interpelan, ha llegado el tiempo de convertir nuestros liderazgos en liderazgos con perspectiva de género, pelear por nuestros derechos y por los de quienes tienen aún menos y visibilizar lo que somos capaces de construir.
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