Una modalidad que llegó y parece no querer irse
A todos nos ha pasado alguna vez. Nos despertamos bien temprano con el desesperante sonido de la alarma y, mientras observamos fijamente la media que quedó tirada en el piso la noche anterior, imaginamos un mundo en donde no sea necesario moverse para ir a trabajar. Ese onirismo alentador de antaño se ha convertido en nuestra rutina laboral actual.
Lejos parecen haber quedado las cábalas mañaneras, los desayunos fugaces y el sobresalto de frío al abrir la puerta de la calle. El home office llegó para quedarse en aquellos hogares donde el viaje a la oficina se ha truncado por el aislamiento social. La situación actual de pandemia nos ha destinado a jornadas de trabajo en pijama. La parada del colectivo, la sube descargada y el tráfico de hora pico dejaron de ser detalles indispensables a la hora de pensar en un fructífero día de trabajo y fueron reemplazados por un par de pantuflas, una camisa sobre un pantalón de entre casa y una taza de café en la mano.
No se puede negar que la idea suena extremadamente tentadora en el momento de elegir cómo pasar ocho horas de la vida diaria pero, como toda gran idea, tiene su otro lado, su otra cara de la moneda, en donde se abre un nuevo abanico de situaciones delirantes que no pasarían en un edificio de oficinas. Los problemas de conexión, los gritos de los niños detrás de la video conferencia -y de los vecinos-, el mal funcionamiento de la computadora y el ladrido de los perros son solo algunos de las pequeñas anécdotas con las que aprendimos a convivir.
El eterno home office pasó de ser un beneficio ganado mediante un trabajo arduo y una buena performance, a convertirse en el día a día de una situación de encierro que parece extenderse para siempre y dificulta, entre muchas cosas, el devenir de un satisfactorio trabajo en equipo. Las relaciones se desgastan y parece imposible organizarse computadora de por medio, especialmente ante una situación de crisis o un reto (cualquier problema fácilmente solucionable se ve enorme ante la falta del control que provoca el contacto humano).


































