¿Conoció el amor? Quizás sí, ¿pudo vivir el amor? La muerte terminó con ese sueño.
Felicia Antonia Guadalupe Guerrero y Cueto nace en el seno de una familia aristócrata un 26 de febrero de 1846 en Buenos Aires, Argentina. Hija de Carlos José Guerrero y Reissig Felicitas Cueto y Montes de Oca.
Felicia, más conocida como Felicitas, era una de las niñas más hermosas de Buenos Aires. Su familia, la cual tenía algunos problemas económicos decidió que, a sus dieciocho años, Felicitas se casara con un señor, 32 años más grande que ella.
Martin Gregorio de Álzaga y Pérez Llorente, un hombre adinerado de la alta sociedad, quien ya tenía hijos pero fuera del matrimonio, consideró apropiada la posibilidad de unirse en compromiso con Felicitas, más allá de la conveniencia económica que había detrás. El matrimonio se realizó el 2 de junio de 1864.
La pareja tuvo su primer hijo, Félix Francisco Solano de Álzaga Guerrero, el cual a los tres años muere producto de la fiebre amarilla. Martín de Álzaga, quien ya era mayor, no pudo soportar el dolor de perder a su hijo. Es por ello que, cuando Felicitas estaba cursando su segundo embarazo, Martín muere. Pero la tragedia no terminaría allí, el día que Martín muere, Felicitas tiene a su segundo hijo, quien al día siguiente, 2 de marzo de 1870, también moriría producto de la fiebre amarilla.
Felicitas, quien había perdido a sus dos hijos y su esposo, se encontraba sola, joven, bella y adinerada. Con sólo 24 años había heredado todos los campos de su marido.
El tiempo pasó. Una tarde, Felicitas paseaba en su carruaje por el campo, una tormenta la asechó dejando así al carruaje estancado en los caminos. Un joven estanciero llamado Samuel Sáenz Valiente, le ofrece ayuda resguardándola así de la tormenta.
El romance entre ambos comenzaría aquella noche, prosperando al punto de proyectar un futuro juntos.
El 29 de enero de 1872 decidieron anunciar su compromiso pero, el final de esta historia se estaba aproximando sin siquiera dar inicio.
Antes de su compromiso con su primer marido, Martín de Álzaga, Felicitas tenía un enamorado. Si bien los sentimientos no eran mutuos ya que la joven prefería mantener las distancias; Enrique Ocampo, joven que se sentía atraído por Felicitas, revivía su amor al enterarse que la mujer más hermosa de la república, como la llamó el poeta Carlos Guido Spano, se encontraba viuda. De esta forma, Ocampo sentía que tenía posibilidad de concretar ese amor que se había guardado por tanto tiempo.
El día en que Samuel y Felicias anunciaban su compromiso, Enrique Ocampo llega a la estancia donde se hallaban los invitados y la feliz pareja, solicitó hablar con Felicitas; la joven que no quería entrar en diálogo con Ocampo buscó excusas en su mente pero, opto por bajar a hablar y liberarse cuanto antes de aquel hombre.
Alterado y buscando una respuesta que no iba a encontrar, Enrique Ocampo le dice a Felicitas que si no se casaba con él, no se casaría con nadie más. Felicitas, que amaba a Samuel, no iba a renunciar nunca más a su libertad, su opción de elegir. En ese momento, Ocampo despechado y sin obtener el amor que quería, saca un arma y dispara a la joven por la espalda.
El hermano de Felicitas y su primo, Cristian, entran al lugar luego de escuchar el disparo y forcejean con Enrique.
La historia, tiene dos versiones. Suicidio o asesinato. En el momento en que Cristian, primo de Felicitas forcejea con Ocampo, se dice que logró tener la fortaleza para sacar el arma al hombre y lo disparó por la boca, volándole así el cráneo.
Otra de las versiones es que, Enrique Ocampo, luego de disparar a la mujer que quería en su vida, se dispara así mismo, suicidándose para no vivir con la culpa de matar a la mujer que amó obsesivamente.
Al día siguiente, Felicitas, quien había perdido mucha sangre, muere sin poder concluir el anuncio de su compromiso con el hombre que amó libremente, sin presiones, sin obligación.
La leyenda
Cuatro años después del femicidio de Felicitas, los padres construyeron una Iglesia en su honor, en el lugar donde la mataron. La Iglesia Santa Felicitas, en Barracas, Buenos Aires.
La historia cuenta que cada 30 de enero, fecha en la que murió la joven. El cuerpo de esta se hace presente en la Iglesia.
Las chicas que desean casarse deben atar un pañuelo en las rejas de la Iglesia; si este amanece húmedo, significa que Felicitas estuvo presente, y la humedad son sus lágrimas.
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Muchos cuentan esta historia como un crimen pasional pero, si bien el término fue incluído mucho tiempo después, la historia de Felicitas narra uno de los primeros femicidios públicos que se vivió en la historia de Buenos Aires.
