Ahora que llegó el frío, el aislamiento no parece tan terrible. Siempre odié salir con menos de diez grados. Es como que ahí se pasa un límite. Cambiarme y pisar la calle a la noche es casi un acto de amor y tiene que ser muy tentadora la propuesta para que logre el coraje de tomar ese tipo de iniciativas. Igual, para ser sincera, extraño las noches románticas con una copa de malbec mientras hablábamos de nuestros sueños. ¿Habrá algún otro momento tan parecido a la felicidad como ese? Probablemente. Pero, en esas madrugadas interminables, hasta el frío o incluso gracias a él, se producía una magia increíble. De todos modos, tengo muy claro que ese pasado nos sirve para aprender y por eso hay que mirarlo con cariño pero ya no con amor.
Extraño incluso a mis no-relaciones, esas informales, con las que disfrutaba de un vino y una charla nocturna. A lo mejor eran parte de eso: compañeros de invierno que no llegaban a ser relación estable porque lo que nos unía era tan débil como para no superar un simple solsticio de junio. Noches como estas recuerdo esos momentos que, a pesar de no ser protagonizados por el amor, la compañía, en la mayoría de los casos, era casi perfecta.
Hace más de una década se produjo el desencuentro más maravillosamente absurdo de mi vida. Jamás coincidimos en el mismo momento. Quiero decir, estábamos en diferentes etapas y siempre que uno cambiaba, el otro también lo hacía y así sucesivamente.
Finalmente, después de años y, a pesar de tanta historia, pasó lo que me sucede con las cosas difíciles: me aburrí y me alejé. Ya los dos, en la misma etapa, me pareció que lo más lindo que nos podía pasar era ser amigos. Había amor y nos interesaba el bienestar del otro ¿Era necesario abandonarlo todo? Como mi vida tiene esas rarezas que tanto amo, nuestra relación perduró en el tiempo y hoy nos encontramos cada tanto para hablar de la vida. Hasta se convirtió en mi mejor consejero del amor.
Lo raro es cuando se repite y uno pareciera deber cierta fidelidad que no es real. Suelo darme cuenta al día siguiente porque ya no me acuerdo de la noche anterior y sólo necesito volver a mi vida normal. Ahí sé que ese no es el lugar correcto para perpetuarme.
Pero para ser justa, algunas de esas personas se mantuvieron en mi corazón por años. El tema es el tiempo: a veces no se mueve a nuestra velocidad y debemos adaptarnos a él.
Hace más de una década se produjo el desencuentro más maravillosamente absurdo de mi vida. Jamás coincidimos en el mismo momento. Quiero decir, estábamos en diferentes etapas y siempre que uno cambiaba, el otro también lo hacía y así sucesivamente.
Finalmente, después de años y, a pesar de tanta historia, pasó lo que me sucede con las cosas difíciles: me aburrí y me alejé. Ya los dos, en la misma etapa, me pareció que lo más lindo que nos podía pasar era ser amigos. Había amor y nos interesaba el bienestar del otro ¿Era necesario abandonarlo todo? Como mi vida tiene esas rarezas que tanto amo, nuestra relación perduró en el tiempo y hoy nos encontramos cada tanto para hablar de la vida. Hasta se convirtió en mi mejor consejero del amor.
Sin embargo, hay otras que con sus altos y bajos nunca llegaron a ese punto. Creo que para lograr una amistad después de todo se necesita del mismo amor, del mismo cariño.Y eso no siempre sucede.
¿Dónde irán esas historias de amor que no llegan a ser formales pero lograron escribir algún capítulo de nuestra vida? No lo tengo tan claro. Sólo puedo mencionar aquella que en la actualidad se mantiene a través de la amistad y el amor. A las otras las recuerdo y hasta puedo brindar por cada una de ellas con una sonrisa.
Son esas no-relaciones que jamás necesitan una charla de despedida. Ahora que lo analizo son tan crueles que se van diluyendo con el tiempo y un día llegamos a preguntarnos qué habrá sido de la vida de esa persona. No nos tomamos ni la molestia de decirnos chau, simplemente nos despedimos, como siempre, sin saber o a lo mejor en el fondo lo sospechábamos, que esa era la última vez que nos íbamos a cruzar.
La vida tiene esas cosas… jamás nos enteramos si esa persona podría sufrir por nuestro alejamiento y hasta somos agradecidos de no saberlo. ¿Qué se puede explicar cuando todo es perfecto pero algo nos indica que ahí no es donde queremos estar?
A veces las justificaciones sobran y el mejor homenaje que podemos hacernos a nosotros mismos, por esas noches de risa, es recordar con cariño cada paso por la vida.
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