En épocas de confinamiento recibimos constantemente mensajes como una suerte de “Crush” aunque ni siquiera aparezca la aplicación en nuestro teléfono. De pronto todo ex decide escribir un mensaje con la pregunta: “Cómo estás llevando la cuarentena”. A ver… gente que no hablás hace meses e incluso años que seguramente después de recorrer toda la agenda de su teléfono pensó: “¿por qué no?” Pero a esta altura o están aburridos o se pierde la memoria. Son ex y con los ex jamás se vuelve, me repito. Nunca hay que olvidarse de esta afirmación porque sino el tiempo se va a encargar -de la peor manera – de que recuerdes porque alguna vez se convirtieron en ex.
Entre tanta locura de gente sin demasiado que hacer más que hablar apareció alguien que jamás fue ex ni mucho menos: un chico de 29 años. Perdón… casi 29 años me dijo un día enojado porque evidentemente lo traté como un niño. Nos conocemos de la vida, de hace tiempo, pero de repente empezamos a hablar muy seguido. Y, cuando se acabaron los temas, la conversación se fue por otro camino, entre otras cosas: arreglar una cena para el fin de la pandemia (cuando todavia no parecía eterna).
Diferentes códigos al hablar fueron llevando nuestras charlas a discusiones eternas de las que ninguno tenía la culpa sino la diversidad generacional.
Cuando algo no me termina de convencer empiezo a hacer un análisis minucioso de la situación. Este fue uno de esos casos. Una noche, fiel a mi estilo, me cansé. Ese ida y vuelta de no entendernos -tal vez la tecnología no ayudó tampoco – hizo que me aburriera y que me hiciera la pregunta letal: ¿para qué? Si estábamos bien con nuestra relación de amables conocidos y cruzarnos y saludarnos como antes, como siempre. ¿Por que esa necesidad de arruinar algo así?
A veces ese paso al costado hace que puedas mantener algo o simplemente no derrumbar todo. La idea es no lastimar al otro y en ese sentido parece que de a poco voy aprendiendo a hacer las cosas mejor. A veces somos grandes pero igual necesitamos madurar y esto tiene que ver con eso: con saber decir no en el momento justo cuando todavía estamos a tiempo.
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